Despiertas, regresas del viaje plácido y reparador de saberte incierto, cuando la negrura onírica consume tu existencia y parece que el sueño fue un túnel oscuro del cual no recuerdas nada. Es hermoso saberse indefinido, invisible por momentos en los que no gobierna la voluntad, sino un ámbito más etéreo y elevado, como lo desconocido, pero todo termina cuando hay que bajar las piernas cansadas de la cama tras el roce de los rayos de un sol que ya no brilla, sólo anuncia un nuevo día de pesadumbre, de silencios desgarrados por el bullicio citadino; un sol que revela la imperfección de la vida, sus colores más crueles, sus gritos más desesperados.
Multitudes huérfanas de padre, desprovistas de todo consuelo fraternal. Arrojados a la cruda existencia sin las armas para enfrentar los misterios que se escapan de nuestro entendimiento, sin poder responder ¿quién soy? ¿por qué soy? Entonces aparecen cien máscaras sonrientes que danzan y cantan alabanzas, panegíricos al cielo inmenso. Intentan seducir al mundo con argumentos sustentados en lo que debe ser el fuego de la fe. Pero lo que hay aquí es una llama vacilante aferrada al calor de lo absurdo. Se debate entre la vida o la muerte con cada lágrima derramada en nombre del vacío, cada lágrima derramada en nombre de la nada, en nombre de las miradas últimas de los que agonizan y esperan con arrebato el cobijo de la muerte, en nombre de las caricias crueles que nos arranca el amor perdido para siempre, en nombre de la soledad universal y el hambre... En nombre de Dios.
Nos hemos acostumbrado a vivir como el hombre más fiel al que Dios permitió que el demonio lo arrastrara al sufrimiento, despojándole de todo cuanto tenía, abandonado en la ruina y la lepra mientras musitaba incansablemente: ¿por qué?
Job ignoraba que aún viviendo en el esfuerzo y el rigor de los mandamientos divinos, siempre habrá algo que se escapa de nuestra naturaleza pecadora, nuestro entendimiento limitado y carnal; un algo que no se escapa de la incoherencia sagrada. Si ni siquiera es enteramente posible cumplir todos los preceptos de Dios, entonces ¿por qué llevar en el corazón y la lengua una fe sin respuesta, una fe que castiga y prueba por amor? Tal vez no conozca lo que es el amor de Dios, pero si es así ojalá nunca lo experimente.
Ese amor les duele, lo puedo ver cuando se hincan y claman a Dios en el umbral del púlpito; lo veo cuando otros alzan los brazos al vacío, esperando franquear un límite desconocido con los dedos. Sin embargo, el deseo los mantiene enhiestos, aun sabiendo que no obtendrán lo que desean en la brevedad y forma que esperan. Así es la veleidosa voluntad de Dios, y no importa, no importa porque se entregan a sus rodillas llagadas, a sus rostros descompuestos por la vehemencia del Espíritu Santo, a sus labios desgastados por la locura de repetir el peso de un nombre inalcanzable. Les duele el angustioso presente, por eso cierran los ojos con fuerza y caen rendidos, no ante la enormidad de la omnipotencia divina, sino ante su propia impotencia. Viven entregados a la superflua plenitud; sonríen y se dejan abrazar por una felicidad aparente en un mundo tan desprovisto de sosiego, un mundo colmado de angustia, podrido de dolor. Por suerte, existen quienes sentimos por los demás, quienes llevamos en el alma el peso de todos los llantos y plegarias que no llegan al cielo.
Existe demasiado sufrimiento, demasiada indiferencia de un Dios que no responde el fervor de su creación. Todo parece una perpetua búsqueda de algo que no existe, como si el sentido de la vida se tratara de aceptar el sinsentido de entregarse a la locura del vacío existencial y atroz. Vivimos de esperanzas y eso, es prueba de la irracionalidad del hombre. Abrazamos la esperanza más ínfima y absurda en medio de la catástrofe actual y caminamos hacia el abismo, con la sonrisa de quien ha hallado un valioso secreto. De no ser así, nos arrojaríamos a la muerte en el primer desliz; por eso existe la religión como salvavidas en el perpetuo tormento de la vida, por eso a la religión no se le hacen preguntas que tendrán contestaciones que se escapan a nuestra lógica, la esperanza no despeja dudas en este sitio tan inerme de respuestas.
Cualquier doctrina y creencia es válida al recordar la abrumadora realidad, pero no todos tenemos la capacidad de creer, esa es la razón por la que algunos se pierden antes de llegar al final... En cuanto a los que seguimos acá: la irracionalidad nos mantiene con vida.